El carrusel más lindo del mundo

Uno de los problemas más difíciles que un arquitecto deba superar, es, tal vez, el enfrentarse al diseño de un espacio público existente, baldío y deteriorado, en el centro de una ciudad.

¿Cómo hacer para que el nuevo amueblamiento haga de este espacio un sitio acogedor, donde gente de toda índole quiera vivirlo, sentirlo y apropiárselo, sin importar la hora, la estación del año o la clase social?

Una pregunta que quizá se plantean urbanistas, diseñadores, historiadores, sociólogos, antropólogos, escultores, pintores, poetas, concejales, alcaldes, funcionarios, amas de casa, y hasta perros callejeros (inexistentes en esta ciudad), sin tanto furor como nosotros los arquitectos cuando un proyecto invade hasta nuestros sueños nocturnos.

Dudo mucho que quienes por primera vez proyectaron este gran espacio público del cual estamos hablando, el «Cours Honoré d’Estiennes d’Orves», que en simple español significa la gran plaza del puerto viejo, hayan pensado siquiera que en un futuro se necesitase un equipo tan pluridisciplinario para proyectar un espacio público capaz de responder a las necesidades de una ciudad en plena efervescencia económica y urbana, más no arquitectónica.

Para facilitar las cosas y para seguir la corriente de la mentalidad cultural de este país, vamos a llamar esta gran plaza del puerto por sus iniciales: CHEO. Porque hay que decir que los franceses tienen la obsesión lingüística de abreviar todo cuanto se les ocurre, tanto al hablar como al escribir, en el lenguaje formal como en el argot.

Fuera de CHEO, alrededor del puerto viejo, existen otros espacios públicos importantes que vale la pena mencionar, como el J4, o la explanada que da la bienvenida a los cruceros que cruzan el mediterráneo, la Plaza del general DeGaulle, más conocida como la Plaza de la Bolsa, los muelles del puerto, a lo largo de la enorme U que  forma la ensenada, Los Jardines Históricos, o las ruinas junto al espantoso centro comercial de la Bourse, la Plaza de la Opera, más conocida como Plaza de la Opera, y el parque del Palacio del Faro, que de faro no tiene sino el nombre; dicho lo anterior sólo como por nombrar los espacios que gravitan en derredor de la bahía del puerto.

Algunos, al referirse a CHEO, la llaman la plaza a la italiana, tal vez por el parecido con que las palomas picotean el piso, tal vez porque edificios antiguos y similares conforman un gran espacio fuertemente rectangular. Pero la gran diferencia de CHEO respecto a una plaza de tipología italiana es que no tiene ninguna pauta, ningún punto fuerte que genere una tensión, ninguna fuente, escultura, ningún banco,  ni un sólo árbol, ni siquiera una cesta donde tirar la basura, hasta que llegó el carrusel más lindo del mundo para instalarse definitivamente.

Para esto de otorgarle un término a un espacio público los marselleses son bastante originales; las calles son tan estrechas, sinuosas y puercas, que cuando tienen la oportunidad de ensancharse de algunos metros dándole cabida, escasa y dificultosamente, a unos arbolitos, la tildan de cours, lo que en colombiano, traduciendo literalmente, vendría siendo algo así como un ‘patio’. Lo que más despista en la terminología es que este ‘patio’ se le aplica tanto a calles como a plazas.

Cours Belsunce no es más que un tramo del eje norte-sur más importante de la ciudad, siendo la continuación espacial de una vía de dos carriles de un sólo sentido llamada la Calle de Roma, que, al cruzar la avenida histórica por excelencia de la ciudad, la Canebière, se ensancha de dos carriles por un centenar de metros, para rematar en el arco del triunfo, para cuando el eje se convierte en la estrecha calle que venía siendo, ahora con el nombre de Ruta de Aix. Porque si hay algo que destacar en la trama urbana de esta ciudad, es que una calle, por más recta que sea, va cambiando de nombre  cada tantos metros, conforme la historia de la ciudad fue cambiando el humor de quienes las nombraban. Así, el eje espacial y compositivo en cuestión, desde su extremo sur con su obelisco egipcio hasta el dicho arco del triunfo en el inicio de la autopista norte, a lo largo de más de 10 kms, cambia de nombre por lo menos unas cinco veces.

Cours Julien, uno de los espacios públicos más agradables de la ciudad, subjetivamente hablando, por supuesto, es un ‘patio’ en donde la sensación de plaza y calle se entrelazan sin dificultad, sin saber a ciencia cierta si se trata de lo uno o de lo otro. Cours Honoré d’Estiennes d’Orves, nombre complicado de pronunciar en francés, es sencillamente un gran patio en forma de plaza.

Otro ejemplo de la terminología empleada y desarrollada en esta ciudad es el de ‘plaza’. Existen dos tipos frecuentes: el primero es el vacío urbano que se fue generando con el tiempo por la disposición arbitraria de lo privado junto con la sinuosidad de las calles, creando así espacios públicos de formas orgánicas y caprichosas; el segundo es el cruce de vías más popular en estas tierras: el ‘round-point’ o glorieta. Para quienes estamos acostumbrados a las plazas coloniales latinoamericanas, el término ‘plaza’ aplicado a los espacios anteriormente citados se nos antoja tal vez un poco extraño. Una razón más para entender por qué algunos llaman la CHEO la plaza típica italiana, cuando sus proporciones y sobre todo su escala humana difiere de lo que comúnmente se le llama plaza (aquí en esta ciudad).

No es de extrañarse que los callejones más sombríos y las calles más estrechas y tortuosas se les llame ‘bulevares’ o ‘avenidas’, cuando lo más frecuente es encontrarse con un impasse, que significa ‘calle sin salida’, justo cuando estás de afán y necesitas llegar a tiempo a una cita cualquiera. Pero por ahora concentrémonos en CHEO, ya habrá espacio para hablar del trazado de la ciudad, y para continuar me parece pertinente ubicar dicho espacio público en su marco histórico-práctico.

Marsella, antiguamente llamada Massalia, fue fundada por navegantes griegos hace un poco más de 2600 años; por lo tanto, es la ciudad más antigua de Francia y la primera en donde se erigió, por allá en los años 600 d.C., la primera iglesia cristiana, que aún se conserva junto a la imponente Catedral de la Mayor.

La ciudad se desarrolló en torno a la bahía del puerto quien fue (y sigue siendo) el principal motor económico. El mar al oeste, la gran ensenada en forma de U y las colinas de igual forma a unos cuantos kilómetros del litoral, abrazan, conforman y delimitan lo que es hoy la segunda ciudad después de la ciudad luz. Así que cuando se toma un plano de la ciudad lo que se tiene siempre como referencia es la ubicación del puerto.

Los primeros asentamientos urbanos de Massalia se ubicaron alrededor de las pequeñas colinas, al norte de la bahía, en lo que actualmente se llama el barrio ‘Le Panier’, que en español significa literalmente ‘ El cesto’, siendo para Marsella lo que es la ciudad amurallada para Cartagena de Indias. Conforme la ciudad y la actividad e intercambios económicos fueron creciendo, nuevos barrios y edificios fueron apareciendo sobre el costado sur del puerto. Al parecer, la ciudad era conocida por la importancia y producción de su gran astillero, en el costado este del puerto, es decir, en la parte baja de la U.

Actualmente, sólo queda una plaza llamada Plaza del General de Gaulle (frente al edificio de la Bolsa) conmemorando lo que fuera semejante empresa y una placa sobre el pavimento, marcando el lugar exacto de la ubicación de las murallas, cuenta la breve historia del lugar. Una fuente que semeja el casco de un barco y unas luminarias que recuerdan los mástiles de los navíos, así como una exposición de fotos en la entrada del profundo estacionamiento de vehículos que construyeron bajo la plaza, es lo único que dejó el tiempo tras su paso.

CHEO fue concebida en un principio como un canal, también en forma de U,  para que las barcazas cargadas de la mercancía de los grandes barcos pudieran descargar en los arsenales que no se encontraban junto a la rivera. Hasta el siglo XVIII, el canal siguió funcionando, y los arsenales, con la misma tipología arquitectónica de cinco o seis plantas y grandes ventanales, sobrevivieron hasta hoy.

Por los días en que el automóvil invadió las ciudades, el canal fue rellenado para crear una plaza y estacionamientos; el crecimiento del lote automotor fue tal, que construyeron un edificio de parqueo, con dos rampas en espiral en sus extremos, digno del peor proyecto del siglo. El edificio, de plantas abiertas y en concreto grisáceo y vestusto, ensombreció por completo el poco espacio que quedó bajo sus fauces y la vida de la plaza se deterioró hasta el punto que los peatones no tenían sitio por donde caminar.

Por los años ’50, el peatón triunfó en la dura lid contra el auto y decidieron demoler el famoso monstruo de concreto, creando así lo que hoy suelen llamar la plaza a la italiana, con un estacionamiento subterráneo de unos ocho niveles de profundidad, y unas hermosas luminarias dispuestas simétricamente al eje longitudinal que hacen alusión a las gaviotas de la región.

Fuera de la belleza estética de las famosas luminarias con sus alas blancas y abiertas que reflejan la luz de los proyectores hacia el suelo, el equipamiento de la enorme plaza se resume a un par de escaleras que conectan las calles superiores con la plaza peatonalmente, a dos bocas que sirven de salida para los clientes del estacionamiento y a las sillas y mesas de los restaurantes que ocupan la tercera parte de la explanada durante el día.

Por asuntos políticos, existe una ley llamada ‘vigi-pirata’, que consiste en prevenir los atentados terroristas tapando todas las basuras públicas para impedir la ocultación de bombas, tanto dentro de las estaciones del metro como en las calles y plazas, haciendo que la situación de limpieza en la ciudad deje mucho que desear. En CHEO, las hermosas luminarias fueron diseñadas con un basamento capaz de contener y camuflar una papelera o cesta de basura, pero, por normas de seguridad, las sellaron todas, y las bolsas no hacen más que amontonarse a sus pies para el asombro de los turistas y el desagrado de los habitantes cuando se acumulan de un día para otro.

Pese a la frialdad del espacio público, pues no hay un sólo banco donde descansar un rato que no sea el asiento de la terraza del restaurante, el sitio sigue siendo un hito tanto histórico como práctico para la ciudad. De vez en cuando instalaciones efímeras vienen a colorear el triste gris del pavimento y el pálido ocre de las fachadas; en invierno suelen instalar una pequeña pista de hielo para el goce tanto de grandes como pequeños y hace poco tiempo, una caseta gigante se instaló para transmitir las emociones especiales de una estación popular de radio.

Por esos días, salí a almorzar a uno de aquellos restaurantes y sus terrazas para disfrutar de una ensalada bajo el radiante sol primaveral y me encontraba sentado en el espacio público. De repente oí a lo lejos una gran algarabía, como si se tratase de una manifestación, y en efecto, era una manifestación de estudiantes y profesores de ciertos liceos que se aproximaban a la caseta en cuestión con vallas, banderas y altavoces a grito herido. Al ver el tumulto de personas acercarse hacia la caseta y por lo tanto hacia mi plato de comida, quien tan vulnerablemente descansaba sobre una mesa de setenta por setenta, completamente expuesto a los peligros del contacto con el exterior, es decir, del espacio público, imaginé que mi ensalada no escaparía a la bronca que hacía avanzar la manifestación tan decididamente hacia nosotros, y supuse que sería víctima quizá de escupitajos, jalones de pelo, injurias o coscorrones, y en el peor de los casos, patadones y amenazas de bolillazos, lo primero que pensé fue en pararme y buscar refugio dentro del restaurante; fue el instinto colombiano de estar siempre prevenido y ser tan desconfiado cuando de manifestaciones se trata, pero al instante sentí que ninguno, entre los que estaban sentados en las mesas contiguas, mostraba el menor gesto de temor o preocupación frente a tal situación. Así fue, llegó el centenar de manifestantes junto a la caseta, pasando por entre las mesas y los asientos, casi saboreando nuestros almuerzos, y se plantaron frente a la entrada pidiendo una entrevista en la radio en directo con uno de los representantes de la procesión, e insistieron tanto y se tomaron tan bien la plaza, que pronto se subió el dicho profesor a la cabina instalada para ser entrevistado por el locutor de turno, y todos escuchamos sus palabras por los altavoces, y todos en el país lo escucharon simultáneamente, mientras yo terminaba una ensalada marinera en medio de una manifestación, aún medio aturdido.

Aunque la plaza fuera un hito o un punto de encuentro en la ciudad, a falta de una escultura o fuente o cualquier elemento puntual, no siempre fue fácil darse cita en ella y escoger un lugar preciso en donde reunirse fue durante mucho tiempo una tarea de geógrafos. Mientras iban desarmando la caseta gigante de techos plastificados en el costado oeste, el carrusel más lindo del mundo se iba armando al este. Antes de que lo pusieran a funcionar la gente fascinada se maravillaba ante su belleza y originalidad. A un par de cuadras de allí, en el extremo de la plaza de la Bolsa, otro carrusel gira sin cesar con niños y adultos dentro de sus caballitos, sus tazas gigantes giratorias, sus carrozas, sus ponys, desde hace varios años, siendo la atracción especial el hecho de tener dos pisos. Pero el carrusel más lindo del mundo es diferente: construído todo en varillas metálicas y en madera, como si perteneciera a la época en que la Torre Eiffel fue levantada, cuando el diseño de los objetos y su elaboración era artesanal. Caballitos, tazas y carrozas fueron reemplazados por un pez inflado volador, un avestruz, un camaleón, un bote, un obrero que sale de una alcantarilla, una hombre pájaro con alas en tela, una tortuga, cuatro mariquitas de tamaños diferentes, un motor volador, un pegaso y una máquina de vapor, entre otros. El movimiento de cada uno de éstos, acompañado por el detalle y la belleza particular, es ayudado por los movimientos que los niños les infieren mediante pedales y manivelas de toda índole. Llegó el color y el movimiento a la plaza más vasta y triste de la ciudad.

Ahora es fácil darse cita en ella: nos vemos en el carrusel más lindo del mundo.

Marsella, marzo 2003.