La distancia entre el sofá y la TV

 

Voy a contarte un episodio real que me sucedió hace poco tiempo durante la obra en un apartamento en Bogotá.

El contexto: remodelación total, todo nuevo, gran área, superior a 300 m2. Hice la demolición de casi todos los muros interiores, sin tocar la estructura del edificio, para rediseñar todos los espacios, sala, comedor, estudio, zona de alcobas, baños y claro, la cocina. Lo único que no modifique fue la zona del cuarto de servicio, a petición del propietario.

El Cliente: una pareja joven, dos niñas, chofer, niñera y empleada permanentes.

El detalle del diseño: tomar las medidas del mobiliario en el apartamento antiguo, y hacer el proyecto en función de la nueva televisión y el piano.

El problema: la nueva televisión debía quedar a 4 m del espaldar del sofá, ni más ni menos, e ir incrustada sobre el muro de la chimenea, a ras.  

Estamos hablando de un conjunto de edificios de 18 pisos, de unos treinta años de antigüedad. El propietario me facilitó una copia de los planos existentes donde se podían ver la mayoría de los muros, la proporción de los espacios y sobre todo la disposición de la estructura, generalmente escondida entre la mampostería. Para poder demoler todo el interior este tipo de información fue capital. Todo correspondía según lo indicaba el plano, salvo un baño auxiliar que nunca fue construido. Todo iba bien hasta ahí.

Fui al apartamento antiguo de mis clientes, tomé todas las medidas de los muebles, los sofás, el comedor, el estudio, el piano, etc. Empezó la obra y su desfile de volquetas sacando escombros. Para poder bajarlos desde el piso 12 en lonas, nos obligaban a pagar un alquiler del ascensor de servicios, ya que los ascensores privados no se podían ni mirar. Cuando entraba al apto parecíamos en guerra, todo estaba destruido y la nube de polvo al interior era digna de una película de terror. Se construyeron los muros nuevos, se cambió todo el sistema eléctrico e hidráulico y empecé a levantar un muro a media altura entre el estudio y el salón donde debía ir la famosa televisión sobre la chimenea. Hasta ahí todo bien.

El error: no haber confrontado las medidas de los planos que me pasó el cliente, con las medidas reales de la obra. En otras palabras, me confié en que las cotas correspondían con un margen inferior a 10 cm, lo que la mayoría de las veces no es ningún problema grave. El estudio u oficina de mis clientes había sido diseñado de tal manera que cada uno tuviera su mesa de trabajo amplia, con buenos cajones a un costado y algunas repisas superiores. El ancho del estudio lo determinaba la distancia que sobraba entre las mesas paralelas, de manera que no fuera incómodo retirarse de la silla y molestar al otro, alrededor de 3 m. 

La secuencia en dominó: el carpintero tomó sus medidas y fabricó las mesas, el ornamentador me instaló la estructura del muro a media altura con el sistema de puerta corrediza de gran desarrollo y con bolsillo, y el pintor me instaló el drywall y sus acabados. Cuando todo estuvo listo, llegó el cliente con un metro a comprobar si respetaba los 4 m desde el sofá hasta el televisor y midió 3.60 m, lo cual le pareció inaceptable. Debí demoler el muro divisorio y reubicarlo, corregir las mesas del estudio, mandarlas al taller de carpintería, desbastar el muro de la chimenea y aportar un aislamiento térmico para proteger la televisión incrustada, y sobre todo, correr el cronograma una semana. 

El cliente no aceptó ver sus partidos de fútbol a 3.60 m de la televisión, y no aceptó tampoco que los planos que me había pasado tuvieran un error en las cotas, ya que le estaba pagando a un arquitecto para que se encargara del proyecto en su globalidad. ¡Y tenía razón! El cliente siempre tiene la razón. Debí aceptar el error, pedir disculpas por el atraso de la obra, y asumir todos los gastos que esto generó.

Hoy en día tenemos una muy buena relación, me ha recomendado con sus amigos y familiares para hacer otras obras, y sobre todo, puede ver tranquilo sus partidos de fútbol a la distancia perfecta del televisor. 🙂